Las culturas ancestrales de los diversos pueblos de Asia, Oceanía, África y América Latina han presentado un permanente desafío práctico y teórico a las concepciones del supuesto desarrollo histórico lineal de la humanidad, propias de la modernidad occidental.
La humanidad toma conciencia, por ejemplo, del hecho objetivo y crucial que lo que resta de las mayores reservas de biodi-versidad del planeta han sido conservadas por varios de estos pueblos, supuestamente “bárbaros” e “incivilizados”, a pesar y en contra del “civilizado” progreso científico del occidente moderno, que casi con seguridad habría exterminado esas reservas de vida, si hubiera podido hacerse con ellas.
Crear condiciones para recuperar de manera útil los acervos culturales de los pueblos del mundo constituye una tarea teórica de primer orden político a la que se deben destinar esfuerzos, conscientes de que estos nuevos o renovados enfoques éticos necesariamente deben ser incorporados en el proceso de tránsito y superación civilizatoria.