Por Germà Pelayo
Somos sirios, rusos, iraquíes, kurdos, franceses, malienses, tunecinos, palestinos, nigerianos, yemenitas, libios, libaneses, turcos, afganos, mexicanos, kenyatas, somalíes... somos musulmanes, cristianos, ateos, hindúes, budistas... somos trabajadores, amas de casa, parados, estudiantes, niños, abuelos... somos personas. Somos ciudadanas y ciudadanos de este mundo.
Y estamos en guerra. Pero no sabemos quién es el enemigo. Porque una batalla muy importante de esta guerra es la batalla del relato. Y de momento la batalla del relato la están ganando otros.
Los atentados de Paris del pasado 13 de noviembre han sacudido una conciencia europea adormecida que, fruto de una educación y una historia mal entendidas, habían creído que sus aviones y ejércitos podían intervenir en guerras lejanas, y que a cambio lo único que podría pasarles era, como en el caso de Siria, recibir unas cuantas decenas de miles de inmigrantes, mientras los países vecinos a Siria recibían millones.
Pero después de los ataques, líderes y medios europeos están reeditando la doctrina antiterrorista posterior al 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Una lectura que parte de una mentira flagrante. Según esta visión, a la iniciativa brutal de unos fanáticos degenerados, hay que replicar usando todos los medios, desproporcionalmente, respondiendo a “un acto de guerra”. Pero la realidad es que París no es el inicio de nada. Es un episodio intermedio de una conflagración en curso. Francia ya bombardeaba en Siria y mataba víctimas inocentes. Víctimas que nadie busca ni cuenta ni nombra ni conoce ni reconoce, ni siquiera Daesh. El estado galo participaba desde septiembre en la fuerza combinada liderada por Estados Unidos contra Daesh, que desde 2014 se ha interpuesto en las guerras civiles de Iraq y Siria en curso, y además es una consecuencia de la guerra de Iraq (2003-2011) cuya causa fue la invasión norteamericana.
Este relato de la “guerra contra el terror”, esta mentira a la que Europa está sucumbiendo poco a poco, a pesar de que no está claro que Francia obtendrá los apoyos necesarios para una intervención terrestre en Siria, esconde otra “guerra”, es decir, otra lectura de las cosas. Lo habrán adivinado: es la guerra militar, económica, tecnológica, cultural… de las élites contra todos los demás. Un conflicto de ámbito planetario, en el que nos dividen por clase, por nación, por religión, hasta con los deportes, mientras ellos se unen por el dinero . La complejidad de esta guerra abarca todos los aspectos de la vida social porque surge del programa mundial de los ultraricos contra el planeta. Sólo en lo que concierne a la seguridad y sin entrar en la motivación original y todavía más importante de la dominación en Oriente Medio, el control de los recursos energéticos, ese programa se caracteriza por tres elementos que quiero exponer a continuación: el terrorismo global (de Daesh y otros); el auge de la cultura “securitarista”; y la industria global del armamento.
El terrorismo es la guerra de los pobres, los que no tienen recursos para emprender conflictos armados en toda su intensidad. Las razones del terrorismo, pueden ser justas, injustas o incluso perversas, pero siempre son políticas o ideológicas. El sanguinario Daesh, que hace la guerra en Siria e Iraq, que secuestra, viola y esclaviza mujeres de todas las edades, que decapita a sus enemigos e impone la Sharia como sus vecinos Arabia Saudita o Irán, o que destruye obras arquitectónicas, puede compararse a otros regímenes bárbaros como los de Pol Pot, Idi Amin o Charles Taylor. Pero por haber tenido la osadía de proclamar la yihad global y responder en su propio terreno a los que le atacan, se ha convertido para Occidente, y especialmente para los sectores más militaristas y conservadores, en el perfecto enemigo supremo contra el que valen todos los medios sin importar las consecuencias. Así, la continuación de los bombardeos y la eventual intervención terrestre acentuarán las condiciones para que Siria e Irak no consigan salir de la violencia en varias décadas.
En Oriente Medio el relato según el cual el Daesh deviene un régimen brutal que de la noche a la mañana hace falta exterminar, nadie lo compra. En cambio si se compra el del monstruo apoyado por muchos para acabar con la dictadura de Assad, y el de la venganza de dos países europeos atacados (Francia y Rusia) que se sitúan a un nivel moral inferior que el de sus enemigos: no sólo practican el ojo por ojo sino que lo hacen con una capacidad destructora muchísimo mayor. Usando drones y misiles teledirigidos y experimentando nuevas armas químicas. Siguiendo el ejemplo de Estados Unidos e Israel. El resultado en esta región es la perpetuación indefinida del resentimiento y la inestabilidad. El resultado en el resto del mundo es que algunos disponen de la excusa ideal para imponer el conservadurismo y el “securitarismo”, frenar la democracia y el desarrollo, y lucrarse con los beneficios de la industria militar.
Como ya se ha mencionado, es la sempiterna lucha por los recursos energéticos la que origina y perpetúa la inestabilidad de la región, y continúa siendo la motivación más importante. Pero para explicar las poderosas e ineludibles relaciones entre el petróleo y la política haría falta escribir otro artículo entero sólo como una forma de comenzar a tratar el tema. Aquí yo me ciño al tema de la seguridad y parto de la hipótesis de que la motivación militaro-industrial ha ganado terreno a lo largo de los años y en cierta manera sigue su lógica propia o independiente también.
Por otro lado, como en todo bando perdedor de un conflicto, en el castigado mundo árabe la sociedad se desestructura y las viejas divisiones reaparecen en primera línea. Así, el Daesh ha conseguido exportar a toda la región el conflicto abierto entre sunitas y chiitas en Iraq que sucede a la invasión norteamericana. Pero el éxito del Daesh es también fruto de la irresponsabilidad de las potencias regionales como Arabia Saudita, Irán y Turquía, que en vez de unirse frente a las potencias extranjeras interesadas en dominar la zona y sus recursos, han apostado ellos también por la desestabilización regional, cada uno de ellos siguiendo intereses propios. Así, los saudíes y los turcos han apoyado a Daesh para tumbar el régimen de Assad y los iraníes a las milicias chiitas iraquíes en Siria e Iraq.
El securitarismo es el segundo factor. Los atentados de París van a impulsar la revisión de la Estrategia de Seguridad Europea con la extensión de la llamada doctrina antiterrorista en Europa. El gobierno francés ya está prohibiendo las manifestaciones en la COP21, arrestando preventivamente a militantes ecologistas y abusando del estado de emergencia, y ha mencionado la intención de contravenir la Convención Europea de Derechos Humanos. Bélgica ha impuesto un estado de sitio a su capital durante varios días. En Rusia, el astuto Putin alimenta su popularidad con victimismo antioccidental y gracias a eso puede reducir la disidencia y las libertades. Otros países también toman medidas exageradas e innecesarias con intencionalidad política. A nivel europeo se estudian medidas que suponen la privación de las libertades ciudadanas. Europa sigue el camino de Estados Unidos con su Patriot Act, los tribunales militares, Guantánamo, los abusos de prisioneros y las cárceles en terceros países, la llamada doctrina de guerra preventiva y los desastrosos resultados de su política en Oriente medio: la continuación de la guerra, la muerte de miles de soldados, la deportación o encarcelación de inmigrantes inocentes por supuestos motivos de seguridad, y la intrusión estatal en la vida ciudadana mediante la vigilancia clandestina de teléfonos e internet.
Estas medidas y otras relacionadas con la vigilancia sobre la ciudadanía y con el miedo colectivo contribuyen además a la criminalización indiscriminada de los musulmanes y a extender la desconfianza y el miedo a los demás en general. Más seguridad policial y militar provoca también más inseguridad. Un caldo de cultivo idóneo para los populismos, para la ghettoización y para la desintegración progresiva de las democracias liberales ya en crisis, la radicalización y la espiral del conflicto. Toda una agenda de precarización emocional e intelectual colectiva que de la mano del neoliberalismo, abre las puertas a la docilidad hacia una esclavitud encubierta de la humanidad.
Por otro lado, en Francia y en otros países, se da una problematización individualizada del fenómeno, que consiste en atribuir el reclutamiento de jóvenes hijos de inmigrantes en Daesh a una mala integración social, y no a su derecho a un posicionamiento político frente a la injusticia, que sólo el yihadismo les ofrece pues la izquierda ha perdido su fuerza transformadora. Mientras los extremos se tocan y Daesh apela también a un relato polarizado cargado de épica en el que los partidarios de un islam moderado son vistos como traidores y enemigos.
Finalmente, a nivel internacional el securitarismo impone la guerra preventiva y por eso es una doctrina intervencionista que puede considerarse una nueva versión de los imperialismos de antaño, bañado con la bendición paternalista de las instituciones internacionales a sueldo de los países poderosos que regañan a los países del sur poco gobernables, inestables, frágiles o fallidos.
El tercer elemento es la industria militar. A mayor inestabilidad y más guerras, mayores beneficios para los pocos y poderosísimos conglomerados de fabricación de armamento. Este negocio, que forma una parte fundamental de las economías de los países más poderosos, se nutre del terrorismo y de la respuesta securitarista, crece a pesar de la crisis, contribuye perversamente a salvar la economía de países como Estados Unidos, a expensas de las guerras en que interviene y de la inseguridad mundial, y se utiliza por los bancos como instrumento financiero para gestionar la deuda de los países emergentes. Estados Unidos tiene un gasto militar superior al gasto combinado de los siguientes 26 países, de los cuáles 25 son sus aliados. Después del 11S los presupuestos de defensa de Estados Unidos se dispararon creciendo un 114%. A pesar de que en 2014 se redujo un poco por haber finalizado las operaciones terrestres en Iraq y Afganistán. El gasto militar anual mundial es de 1,5 billones (trillones en inglés) de dólares americanos, del cual 82% corresponde a 15 países y 61% a los 5 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU. Estados Unidos es el primer exportador de armas, con 29% del comercio mundial, y Rusia le sigue de cerca con un 27%. La mayoría de países del mundo han tendido a aumentar los presupuestos militares en los últimos años.
En estos presupuestos se incluye todo el armamento sofisticado, las armas químicas y experimentales que se usan en Siria y se venden a diferentes contendientes en otros escenarios de guerra, y que los ejércitos locales no tienen capacidad propia para producir. Nunca se debe olvidar que con una pequeña parte del dinero invertido en la industria armamentística habría suficiente para solucionar la seguridad económica y los servicios básicos de toda la humanidad, y que las enormes sumas manejadas son similares o superiores a las que se han utilizado para rescatar a los bancos durante la crisis financiera.
En este negocio que favorece las intervenciones armadas, el mundo árabe pone, muy a pesar suyo, el lugar de encuentro. Con cinco países en guerra y algunos más en situación de alta inestabilidad, entre los 22 miembros de la Liga Árabe, la región se ha especializado como basurero militar o campo de tiro del planeta. Esta realidad se extiende al resto del mundo musulmán con las guerras de Afganistán y Mali, los polvorines de Pakistán y del Kurdistán del norte, y el autoritarismo y las tensiones en muchos otros países. En el mundo árabe, la codicia mundial por el petróleo y otros recursos desde hace muchas décadas está en el origen de la degradación social por medio de la deriva conservadora y radical de diferentes corrientes islamistas, necesaria para imponer dictaduras y visiones extremistas que callen y sometan la voz de los pueblos y lo llevan a enfrentamientos internos para facilitar una mejor dominación.
Por su lado, la Unión Europea quiere incrementar su participación en esta estrategia y añadir o introducir el neoconservadurismo en un neoliberalismo existente, mediante el engañoso relato de armarse desmesuradamente justificando presupuestos billonarios para garantizar la paz. El terrorismo por un lado, y las tensiones con Rusia por el conflicto ucraniano por el otro, son los aliados perfectos para la consecución de este plan. En esto, la UE no solamente sigue el ejemplo de Estados Unidos sino también el de Rusia y China, dónde desde el victimismo nacionalista dominante de los discursos políticos, se acusa a las demás potencias como enemigos y al terrorismo como una herramienta indirecta para atentar contra los intereses propios. En todos estos países a la mentira de la inseguridad se suma la mentira de la austeridad selectiva sobre gastos sociales y satisfacción de necesidades, alimentando la espiral cíclica de la precarización, la inseguridad y la violencia social. La evidencia de la alianza neoliberal-militarista se manifiesta públicamente cada vez que la bolsa crece como consecuencia de una intervención armada internacional.
¿Cómo avanzar hacia la paz?
Ni los bombardeos, ni aún menos la eventual intervención terrestre, ni por otro lado la paz a cualquier precio, son buenas medidas. La intervención occidental parte del falso relato bipolar de la unión de las democracias según el cual el mundo se divide en países 100% o 0% democráticos. Un discurso que otorga una supuesta superioridad a los primeros y representa así la versión contemporánea de las misiones civilizadoras de los imperios de antaño. En realidad, las democracias europeas o norteamericanas están lejos de ser perfectas y la de Rusia puede ser menor que las anteriores, pero no es inexistente. Incluso China se considera a sí mismo una democracia y una parte importante de su población lo cree así. Por ello, esa diferencia de grado democrático entre países no autoriza a aplastar a los otros -los sirios- en una operación de todo menos democrática, o a evitar que la UE y Estados Unidos colaboren con Rusia y China en la búsqueda de soluciones.
En cuanto a la legitimidad, las 130 víctimas francesas eran ciudadanos del mundo a la misma altura que los cientos de víctimas diarias en Siria e Iraq, y las de otros países bajo el terrorismo, y por ello es el mundo entero que debe pronunciarse. Ni Francia ni la UE están legitimadas para iniciar una intervención ni siquiera no armada, puesto que han participado en las agresiones y nunca serían percibidos como actores imparciales.
1. A corto y medio plazo, la estabilización por medios pacíficos.
Hay muchísimas medidas de estabilización en Siria e Iraq que pueden empezar a tomarse antes de imaginar una solución militar, que sólo conduciría a retrasar, pero desgraciadamente también a aumentar o consolidar, el conflicto a medio y largo plazo. La intervención ha de ser vista como el último recurso. Estas medidas precisan de un acuerdo de todos los países de la región con apoyo de las potencias internacionales. Su consecución es muy difícil puesto que a menudo caminan en dirección contraria, pero al menos la ciudadanía mundial debería ejercer presión a los gobernantes con una agenda común, para hacerlos sentar en la mesa de negociaciones hasta que salgan de allá con un acuerdo.
Entre las medidas a corto plazo en primer lugar hace falta actuar contra la independencia financiera. Para ello las sedes centrales de los bancos sirios e iraquíes deben dejar de operar con las oficinas en territorio de Daesh y dejar de pagar a los funcionarios, cuyo salario contribuye a la estabilidad del régimen yihadista.
En segundo lugar se precisa un cierre hermético de todas las fronteras mediante una operación regional conjunta de vigilancia, con apoyo de las fuerzas de seguridad de la ONU, de todas las regiones adyacentes a los límites terrestres exteriores (situadas en Irán, Turquía, Arabia Saudita, Kuwait, Jordania, Líbano y si es posible, Israel) y del espacio aéreo, para evitar la exportación de petróleo y de obras de arte, así como la importación de armas y la circulación de personas no residentes.
En tercer lugar, un bloqueo de todos los nodos de acceso a internet y telefonía para eliminar la coordinación logística con el exterior, la propaganda, la posibilidad de realizar operaciones terroristas a gran escala como las de París, y la colaboración con los grupos yihadistas subsidiarios en Libia, Nigeria, etc.
En cuarto lugar una exclusión aérea para todo el territorio de Siria e Iraq, controlada por una fuerza regional (Irán, Turquía, Arabia Saudita) bajo supervisión de la ONU.
En quinto lugar, un cese incondicional de los bombardeos, un embargo de todas las fuerzas en conflicto y la apertura de zonas humanitarias hacia las zonas de frente.
Todas estas medidas a corto plazo permitirán que las potencias regionales y mundiales obliguen a las fuerzas contendientes a sentarse a la mesa para iniciar las negociaciones de paz y de salida de la crisis.
A medio plazo, es necesario planear y tener a punto un programa sólido de reconstrucción y restablecimiento democrático en Siria, con un apoyo internacional al desarrollo y a la paz de la región, con más protección social y menos desigualdad, una acción diplomática robusta para hacer emerger intereses comunes entre las potencias regionales, y el empoderamiento de la sociedad civil local para una acción educativa y social potente que contrarreste el discurso bélico yihadista. Por su parte, Assad debe asumir la necesidad de ir a unas elecciones en las que podría presentarse y Rusia, que teóricamente es un país democrático, debe dejar de continuar su papel de valedor de una dictadura.
A nivel regional de Oriente Medio hace falta apoyar las fuerzas democráticas, potenciar los actores partidarios del diálogo y del islamismo pacífico, promover las fuerzas contrarias al enfrentamiento regional y favorables a la integración. Establecer un comité permanente regional de negociación para la resolución del conflicto de Israel y Palestina. Fuera de la región, se deben apoyar estas y otras iniciativas por la paz, la multiculturalidad, la tolerancia, la inclusión social, el bienestar y la reducción de las desigualdades.
En un esquema de cosas muy diferente, a escala global también es necesario un plan para salir de la economía fósil, haciendo al mundo menos dependiente de Oriente Medio y a esta región menos dependiente de las ambiciones desmesuradas de otras partes del mundo.
2. El plan B: la intervención regional
Las medidas anteriores deben formar parte de una agenda común acordada por todas las partes especialmente los países de la región y las potencias internacionales. Este acuerdo debe incluir un calendario con una fecha límite. Sólo en caso de que después de esta fecha las condiciones del conflicto sean las mismas o peores, debe ponerse en marcha una intervención de una fuerza militar conjunta operativa y rápida que integre a los países de la región: Turquía, Irán, Arabia Saudita y quizás Egipto. Esta fuerza debe tener el visto bueno del Consejo de Seguridad de la ONU.
Como las medidas anteriores, la intervención regional como último recurso no es una medida realista pues poner de acuerdo a países que hasta la fecha se consideran adversarios y han venido actuando hasta la fecha unos contra los otros, no es nada fácil. Ahí sería muy útil o casi imprescindible un preacuerdo de la sociedad civil internacional y regional que presione en esta dirección
3. A largo plazo: la democracia mundial.
El terrorismo, el securitarismo y el militarismo son tres nuevas formas de jugar un viejo juego, el juego del poder de los más fuertes. La era del multilateralismo seguirá siendo un tiempo de conflictos y subdesarrollo mundial mientras las regiones y países más ricos jueguen a desestabilizar el mundo para evitar perder su monopolio económico. Hacen falta alternativas poderosas para redefinir las reglas de juego. Las reglas del juego para acabar con la guerra más importante que es la de las élites contra los demás.
Los movimientos sociales y la sociedad civil internacional precisan incluir la democracia mundial en la agenda colectiva como escenario necesario, aunque sea a largo plazo. La democracia mundial es hoy en día una utopía. Y quizás lo seguirá siendo durante mucho tiempo. A no ser que nos pongamos en marcha. No es que piense que la democracia mundial sea “la” solución a la guerra endémica de Oriente medio o a la crisis medioambiental o a la miseria y las injusticias del mundo, pero sí que estoy convencido que hoy por hoy hacen falta paradigmas políticos transformadores para salir del callejón sin salida civilizatorio en que nos encontramos y entre los pocos que han sido formulados, -otros serían el gobierno de los sabios, el gobierno colegial con participación de las corporaciones, o un gobierno mundial centralizado- me parece el más legítimo.
Para que los movimientos sociales del mundo se pongan de acuerdo para construir un movimiento democrático mundial, habría que debatir sobre la pregunta ¿qué democracia? y sobre la pregunta ¿qué mundialidad?. Difícilmente una nueva democracia puede imitar a aquellas que ya existen y que están deslegitimadas por la manera en que funcionan y sobre todo por la manera en que han sido poseídas por las élites en todo el mundo. También es muy difícil que la ciudadanía acepte una mundialidad organizada de arriba a abajo que detente el poder último y que ahogue la voz de las minorías culturales, regionales, religiosas, y de otros tipos. Como catalán, nunca aceptaría que mi país, mi cultura y mi idiosincrasia no estuvieran representados en el mundo con el poder de decisión proporcional que le corresponde, y eso creo que es válido para todas las culturas, religiones, orientaciones sexuales, modos de vida y voluntades en definitiva, independientemente de su tamaño demográfico.