En una época en la que nuestras sociedades se están convirtiendo en “informacionales mundiales” [1], lo intercultural lleva cada vez más a los individuos a comunicar, intercambiar, interactuar a escala regional y planetaria. En su uso más común, el término de intercultural y su nominalización interculturalidad designan las relaciones deseadas o padecidas que mantienen los actores humanos (personas/grupos/sociedades) de cultura diferente. Pero conviene distinguir entre “intercultural factual” que sobreentiende una realidad (real o imaginaria) e “intercultural voluntario”, que califica una manera de vivir las diferencias culturales, un procedimiento intelectual desde donde se piensa la alteridad (en ese caso podemos hablar de un “intercultural de ajuste”) o incluso un medio de producir cultura mixta o hasta formar identidades culturales nuevas (en este caso podemos hablar de un “intercultural de generación”). Desde este enfoque llamado culturalista podría tratarse de una ideología que es llamada interculturalismo, que apunte explícita o implícitamente a permitir que algún día lo intercultural propio de cada una de las culturas sea por fin la cultura propia de cada uno.
En la actualidad podemos decir, siguiendo a Merleau-Ponty que se interroga sobre la noción del tiempo, que la noción de intercultural “no es un objeto de nuestro saber, sino una dimensión de nuestro ser” [2]. En consecuencia, lo intercultural no plantea solamente la cuestión de la alteridad, sino más generalmente la de la condición humana. Cada individuo es en realidad un ser pluri/multi/transcultural llevado a practicar un diálogo intercultural en sí mismo. En ese caso, podemos hablar de una tríada multicultural, intercultural, transcultural que no podemos contentarnos en definir por separado. Dentro de esa falta de precisión semántica la palabra intercultural entró en el vocabulario de muchas prácticas profesionales, en la terminología de las ciencias humanas y sociales y en la retórica política y económica.
La otra confusión que puede aparecer concierne la diferencia entre intercultural e intracultural. Así como todas o casi todas las culturas se caracterizan por la heterogeneidad de los valores que generan, todas las sociedades son un espacio de confrontación entre aspiraciones y valores diferentes. “Hablaremos, por ejemplo, de una ‘contradicción intracultural’ para dar a entender que, en una cultura, existe al mismo tiempo una orientación hacia más autoridad y otras hacia más libertad; o bien, una orientación que desea más igualdad y otra que acepta más desigualdad”. [3]. Esto significa que las diferencias dentro de una misma sociedad pueden venir de las contradicciones internas más que de un choque intercultural o civilizacional (aun cuando no podemos excluir las interacciones de las culturas) y la orientación dominante en una sociedad puede ser la inversa en otra.
Es evidente que una nueva gobernanza mundial debe ser acompañada por un diálogo intercultural profundo a lo largo de su proceso de construcción, pues “el diálogo intercultural contribuye con la integración política, social, cultural y económica, así como con la cohesión de sociedades culturalmente diversas. Favorece la igualdad, la dignidad humana y el sentimiento de objetivos comunes. El diálogo intercultural apunta a hacer entender mejor las diversas prácticas y visiones del mundo, a fortalecer la cooperación y la participación (o la libertad de elegir), a permitir que las personas se desarrollen y se transformen y a promover la tolerancia y el respeto del otro” [4]. Si esta gobernanza mundial de nueva naturaleza tiene alguna chance de instaurarse, pasará necesariamente por un diálogo intercultural que es lo único que puede definir los intereses superiores de la humanidad, dejando que se expresen la diversidad y la sabiduría de las culturas del mundo.
Pero el diálogo intercultural implica dos condiciones: reconocer “la inteligencia del otro” y respetar “la igual dignidad”, garante de un diálogo exento de todo tipo de dominación. La historia muestra que todo es más complicado en la práctica. Cuando ha faltado un equilibrio de fuerzas entre los interlocutores voluntarios o forzados, los más fuertes a menudo se pusieron en dominantes, mientras el diálogo se convertía en farsa y consistía en hacer entender a los dominados que tenían que someterse a las leyes de los dominantes. Los pueblos tuvieron que volverse cada vez más interdependientes para que la humanidad pudiera ser vista de otro modo y no bajo el prisma de la dominación cultural u otra. Faltaría todavía que la cultura dejara de pensarse como una unidad previa, proyectada a partir de una historia religiosa o política, planteada como una referencia máxima, para que la humanidad pudiera por fin pensarse al mismo tiempo “una y diversificada”.
Conviene recordar también que las negociaciones internacionales, tal como se las practica en la actualidad, aunque se vean confrontadas a las distintas culturas no tienen que ver con el diálogo intercultural. Cuando los representantes de los Estados presuntamente soberanos se hablan y negocian, lo que está en juego suele estar ligado, con demasiada frecuencia, a los intereses nacionales, lo que transforma a la escena internacional en un espacio de regateos “ya sea en materia de protección ambiental o de lucha contra el calentamiento global, de estabilización de los intercambios de materias primas y productos básicos, de planificación de los recursos energéticos, de reducción de los desequilibrios económicos y comerciales o de regulación y control de los mercados financieros” [5]. Por otra parte, el diálogo intercultural se muestra impotente en el ámbito de los conflictos políticos y militares cuyas soluciones deben provenir, en el mejor de los casos, del derecho internacional, pero detrás de las intervenciones supuestamente legítimas puede disimularse la lógica geopolítica y económica frente a la cual no hay otro recurso para sanar las heridas que no sea el del diálogo intercultural.
El verdadero diálogo intercultural que apunta a buscar la verdad en el conocimiento mutuo y la acción justa en el accionar colectivo se inscribe dentro de un proceso de larga duración. El primer paso hacia una comunidad mundial, condición preliminar para que nazca una sociedad-mundo de un nuevo tipo cuya unidad conviviría con la diversidad de patrias y culturas, consiste en asociar a los diversos actores, estatales y no estatales, individuos y organizaciones, en el reconocimiento universal de un principio ético que resulte de la interdependencia y de la intersolidaridad planetaria. [6] Por el momento asistimos a un desfase entre la toma de conciencia de ese principio y su aplicación en las políticas nacionales e internacionales. La noble misión de lo intercultural es suscitar el sentimiento de destino común de la humanidad: frente a los peligros que amenazan al mundo, no puede haber salvación que no sea la colectiva.
[1] Un enfoque histórico distingue a modo de hipótesis cuatro grandes formas de sociedades humanas, a saber: comunidades-tribus, reinos e imperios, naciones mercantiles, sociedades informacionales mundiales. Ver Jacques Demorgon, Complexité des cultures et de l’interculturel contre les pensées uniques, Anthropos, Ed. ECONOMICA, París, 2004, pág.318
[2] Maurice Merleau-Ponty, Phénoménologie de la perception, Gallimard, pág.475.
[3] Jacques Demorgon, Complexité des cultures et de l’interculturel contre les pensées uniques, Anthropos, Ed. ECONOMICA, París, 2004, pág.23
[4] Consejo de Europa, Libro blanco sobre el diálogo intercultural, “Vivir juntos con igual dignidad”, Estrasburgo, 2008.
[5] Ver Llamado para una gobernanza mundial solidaria y responsable, por los miembros del Collegium International, Ginebra, 8 de marzo de 2012.
[6] Idem.