Por Germà Pelayo
El orden mundial ha robado sus sueños a la humanidad silenciosa, a los más de siete mil millones de habitantes de este planeta. La separación entre los ultraricos y los demás apela a un incontestable y inaplazable sentido de justicia que debería poner urgentemente sobre la mesa global propuestas y fórmulas de ecuanimidad y restitución justa, equitable, sostenible y democrática, y acabar con el neoliberalismo y con el poder de las élites mundiales. Así mismo, junto a las imparables desigualdades otras amenazas sistémicas a la supervivencia convergen en las últimas décadas: la catástrofe ecológica, la proliferación armamentística y especialmente de armas nucleares, la frágil pirámide de cartas del casino financiero.
Cada una de estas dimensiones de fractura sistémica presenta riesgos crecientes de explosión y de contagio recíproco. La urgencia obliga a pensar en denominadores comunes de acción para avanzarse a la hecatombe antes de tiempo, que sin duda han de pasar fundamentalmente por la redefinición de las relaciones de poder: el establecimiento de una nueva gobernanza mundial, que remplace a las élites globales y la destrucción a la que está llevando su avaricia sin límites.
Puede haber y de hecho hay muchas formas de interpretar los motivos que han llevado a la humanidad a la actual encrucijada civilizatoria, pero el que más interesa desde la perspectiva de la acción política es el análisis del poder. Y creo que se puede resumir en la frase siguiente: El pueblo ha perdido el poder, si es que alguna vez realmente lo tuvo, y debe retomarlo (y redefinirlo, y reconstruirlo). En este nuevo sistema, el actor fundamental que mejor representa lo que puede llamarse “pueblo” es el “G7B”, el “grupo” de los más de siete mil millones de personas (siete billones en inglés y otras lenguas).
El G7B fue reconocido como “segunda superpotencia” en la primera manifestación global de la historia, contra la guerra de Iraq en 2003. Pero a pesar del potencial democratizador que representa su puesta en escena, el G7B, el pueblo organizado, es todavía apenas una fuerza latente que emerge en momentos puntuales como los Foros Sociales, como las manifestaciones globales, como las diferentes revueltas y primaveras nacionales. A nivel global representa una ilusión esperanzadora que puede manifestarse y organizarse entorno a narrativas, proyectos y ambiciones compartidas para un mundo justo y libre de las élites.
Pero no podemos liberarnos del dominio de la minoría más avariciosa sin haber reflexionado y consensuado un escenario que evite en el futuro que se repita procesos similares de acumulación de poder con otros actores formando nuevas élites. Tampoco podemos liberarnos si no reconocemos que lo importante no será diseñar un escenario alternativo futuro predeterminado, sino sobre todo experimentarlo y corregir sus errores sobre la marcha, contribuyendo progresivamente a una ciudadanía y una sociedad civil activas y fuertes que garanticen más democracia y bienestar en cada escala del territorio.
Entre el viejo mundo que se muere y el que tarda en aparecer surgen los monstruos, apuntaba Gramsci. Pero también deben surgir las pistas o luces que pueden ayudarnos a salir del atolladero. Es posible que algunas de ellas ya estén aquí en forma de ideas, de experiencias limitadas, de piezas de un puzle que hace falta montar. Es posible que otras muchas todavía no se hayan ideado y que necesiten de un esfuerzo para salir a la luz. En su conjunto, unas y otras deben formar una narrativa de liberación que contribuya a construir-aprender el mundo de mañana.
Este escrito es una suma de notas sobre cinco expresiones o conceptos que me parecen importantes para definir qué tipo de vuelta del revés se le puede dar, tarde o temprano, desde la ciudadanía, al orden político mundial. Para imaginar la transformación política. Algunos son conceptos generales que pueden dar lugar a reflexiones diferentes de las que aquí se exponen, otros son ideas o propuestas originales sin duda cuestionables, y que pueden ser remplazadas o completadas por otros. Con estos conceptos no pretendo establecer una agenda de implementación ni un modelo acabado, sino suscitar el debate en torno a aspectos como los horizontes social, político, ecológico, cultural o económico del mundo que necesitamos construir. El mundo que puede esperarnos cuando un día por fin decidamos que ya basta. Que frente al desorden neoliberal la ciudadanía debe, en adelante, protagonizar la revolución mundial, llevar la política al mundo, y ser el sujeto principal de las tomas de decisiones.
Estas cinco nociones son: justicia global, democracia real, soberanía de la vida, mundialidad compartida y cambio sistémico.