Por François Soulard
@franersees
“Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie lama violento al lecho que lo oprime”. - Bertold Brecht
“No es la tierra esta vez la que se mueve, somos nosotros, migrantes. Los y las migrantes, todas las personas que vivimos las diversas formas de movilidad humana, somos parte consustancial de las nuevas realidades mundiales y también una expresión emblemática de sus contradicciones y desafíos”. Carta latinoamericana de migrantes
Las migraciones humanas no dejan de ser el fenómeno transnacional más compulsivo e indicador de la vejez de los antiguos mundos que no terminan de morir o que tratan de renacer bajo formas más regresivas. Frente a la globalización capitalista “de la destrucción” como lo recalcó el reciente Foro social mundial de migraciones desarrollado en Brasil (julio 2016), los y las migrantes se constituyen como partículas éticas, interculturales, eróticas, comunicacionales, civilizatorias, portadoras de alternativas y de otros mundos que chocan con las fronteras excluyentes de un mundo peligrosamente enredado en el pasado. Una de estas fronteras tiene que ver con la resistencia para resignificar la movilidad humana como un nuevo horizonte social y político. Esta resistencia, cuya agudización llega a una verdadera negación del terremoto humano migratorio, no es exclusiva al campo de las migraciones. Forma parte de lo que podríamos llamar una gran batalla ética, política y cultural para abrazar, interpretar y disputar las inéditas transformaciones traídas por la mundialización del planeta.
Siempre es útil volver a dimensionar la amplitud del “rumbo migratorio” tomado por el orden global, hoy marcado por una movilidad humana compulsiva comparable a la que ocurrió durante la segunda Guerra mundial. Se estima actualmente un total aproximativo de mil millones de migrantes, entre ellos 250 millones de migrantes transnacionales (concentrados principalmente en 10 países de destino) y 750 millones de migrantes internos, representando un total 30% de la fuerza laboral planetaria.
Dentro de este conjunto, existen 52 millones de refugiados y 50 millones de desplazados climáticos que deberían alcanzar los 250 millones en las próximas décadas debido a la tendencia anunciada del cambio climático. Los países industriales alojan actualmente solo un 14% de los refugiados, mientras los países emergentes o en desarrollo incluyen el 86% (la población de ciertos países como el Libano siendo compuesta por un cuarto de refugiados/as). En los principales países occidentales centrales de destino, los migrantes llegan a generar una riqueza económica alcanzando hasta un tercio del PBI nacional como en el caso de los Estados Unidos. Las migraciones, que podemos calificar mayoritariamente como femenizadas, forzadas, invisibilizadas, precarizadas y subreguladas, generan un impacto político-cultural creciente todavía poco analizado en los países o regiones destinatarias.
Antes de reforzar el trazado de las fronteras, hoy los muros anti-migratorios parecen haberse endurecido en el interior de las subjetividades, de los imaginarios y los espacios de decisión política. En el terreno subjetivo, la gran desaceleración económica iniciada a partir del 2008, sumada a los efectos subterráneos de una nueva geopolítica comunicacional y emocional, han hecho volver a las pasiones en el campo político, para lo mejor y naturalmente para lo peor. El miedo y sus derivados irracionales han contaminado peligrosamente la brújula política, con una instrumentalización ampliamente cosechada por los sectores políticos de ultra-derecha como lo vemos en Europa, en EEUU y otros países emergentes [1]. A nivel del imaginario, la migración contemporánea sigue polarizada por esquemas de interpretación elaborados en época donde ordenaban los conceptos de potencia militar, de centralidad occidental, de uniformidad cultural y de enclave nacional heredados del equilibrio westfaliano. ¿Qué nos enseña en la realidad? En cincuenta años, solo aumentó de 2% a 3% la proporción de migrantes transnacionales en proporción a la población mundial, a contrario de las prospectivas de hace varias décadas que predecían una migración masiva procedente de la ex-URSS, de los países del Este europeo o de África. En el corazón de Europa, hasta el Bundesbank de Alemania ha evidenciado la necesidad de integrar anualmente 200 000 migrantes para mantener su dinamismo económico [2]. La actual migración de miles de ciudadanos españoles a Marruecos para encontrar una salida laboral es también una señal de época. Estos datos, si bien son de carácter económico, se puede extender a casi todos los países industriales y da una idea del “imaginario paralelo” en el cual se aísla (o manipula) la comprensión de la cuestión migratoria.
Asimismo, en una gran parte de la clase política de los países centrales y más moderadamente en ciertos países emergentes, el relato parece haberse entregado a una suerte de triple retórica instrumental, securitaria y negacionista. Por un lado, la situación de crisis migratoria esta dramáticamente convertida en un elemento de marketing político-electoral en vez de ser elevada como una cuestión política transnacional de largo plazo. Las migraciones están apuntadas tanto como una causa negativa de una Unión Europea “coladora”, tanto a una amenaza a la seguridad laboral, física, identitaria, eventualmente asociada a la amenaza terrorista. Por otro lado, predominan enfoques defensivos y tecnicistas en las políticas estatales, es decir basadas en un monopolio del Estado sobre la prerrogativa migratoria, donde se recurre a un arsenal de dispositivos de vigilancia, externalización y control fronterizo que se han venido desplegado nítidamente a partir del giro geopolítico iniciado en el año 2001. A fin de cuentas, el ámbito político esta dando la espalda a la vez a los argumentos científicos, históricos y éticos sobre las migraciones, e in fine al rol mismo de la política para elaborar una respuesta a la altura de un fenómeno tan permanente, inevitable y transnacional como la movilidad humana. Obviamente, no hay respuestas binarias frente a un fenómeno complejo como la actual movilidad humana. Pero en lo general es evidente que en vez de ir hacia una construcción política ampliada de este tema, las autoridades públicas se ha dejado arrinconar en una estrechez imaginaria-discursiva, que termina abundando aun más a la desesperación humana y los huecos existentes en la regulación de las migraciones.
Frente a este escenario, los/as migrantes nos invitan a desandar los muros perceptivos y reflexivos para entender profundamente el nuevo lenguaje que están escribiendo sobre el poder mundial. La movilidad humana es en definitiva el otro nombre de una fuerza social diseminada que esta empujando un mundo transnacional, intercomunicado, desterritorializado, sociointegrado, impactando de pleno en la arquitectura del tablero global. Mientras los promotores de la globalización excluyente tienden a replegarse detrás de los nacionalismos, de la hiperconcentración de riqueza y de la cobardía ética, las rutas migratorias tejen a contramano una comunidad transnacional, pluricultural, multipolar, solidaria y horizontal, no exenta de contradicciones por supuesto, pero en búsqueda y en permanente ensayo existencial. “Migrar para vivir y sobrevivir” como lo dicen las emotivas banderas migrantes. Migrar finalmente para no marchar detrás de la “necropolítica” de la globalización neoliberal, sino para abrazar una posibilidad de mundialización humanizadora y prefigurar una suerte de proto-política global de solidaridad, igualdad y de convivencia planetaria [3]. En el fondo, subyace una formidable provocación para descolonizar nuestras visiones de nosotros mismos y de nuestra inserción en el mundo.
En este sentido, las organizaciones migrantes parecer visualizar más claramente la necesidad de intensificar la disputa imaginaria-cultural para pujar hacia un horizonte digno de movilidad. Varios encuentros desarrollados estos últimos años denuncian cada vez más la agudización del paradigma economicista y securitario, sostenido por los vendedores de odios, de mitos y mentiras, amplificado por los medios hegemónicos, que asfixia la capacidad política para instalar nuevos escenarios. La situación europea o el rumbo poco audaz tomado por la cumbre de alto nivel de Naciones Unidas prevista en septiembre 2016 [4] ilustran esta grieta. Se exige una nueva arquitectura multilateral con mecanismos vinculantes. Pero ¿qué esperar del régimen de balkanización actual de las relaciones internacionales? Como lo resaltaron los debates del Foro de migraciones de São Paulo, esta batalla política incluye la lucha informativa pero tiene que ver sobre todo con una amplia batalla comunicacional. Es una lucha para cuestionar la negación migratoria y resignificarla desde un lugar positivo, realista y deseable, creando escenarios de alianzas y de confrontaciones con otros actores de la sociedad, de forma inseparable con las luchas por los derechos humanos. Uno de este escenario tiene que ver con las experiencias locales que demuestran itinerarios de integración factibles y exitosos, inseparable de un horizonte epocal de confrontación post-neoliberal. Otro escenario tiene que ver con el espacio público, las resistencias populares y el movimiento micromediático creciente en varias regiones que puede ayudar en visibilizar los movimientos migratorios. Parece que estos escenarios son pasos previos para desplazar a las tendencias mortíferas, acumular fuerzas para cambiar los marcos de regulación y construir caminos instituyentes hacia nuevas mundialidades.
[1] Fear is not a good counsellor, Roberto Savio, Other News
[2] Alemania necesita 200 000 inmigrantes por año
[3] O de « gobernanza social mundial » como lo sugiere Bertrand Badie (encuentro internacional Pour une gouvernance alternative des migrations, mayo 2015).
[4] UN Deadlocked Over Draft Agreement on Refugees and Migrants