La noción de sociedad sustentable empezó a aparecer a fines del siglo XX y comienzos del XXI como un concepto similar al del desarrollo sustentable. Este último había sido popularizado desde fines de los ‘60 con el famoso informe Brundtland de la Primer Ministro de Noruega de ese entonces, que sirvió de plataforma y que inspiró (y fue inspirado por) la Cumbre de la Tierra organizada por las Naciones Unidas, desde la primera edición en 1972 en Estocolmo hasta la muy conocida Cumbre de la Tierra de Rio de 1992 y la última de Rio+ 20 en el 2012.
La idea de fondo de la noción de desarrollo sustentable era aquella frase que terminó siendo célebre y que define el desarrollo sustentable como aquél que permita que las generaciones futuras puedan seguir viviendo en el planeta. Esa frase, que se ha convertido en un principio ético más allá de las consideraciones económicas y tecnológicas, puso en primer plano la noción de responsabilidad, puesto que hizo responsables -tanto a nivel individual como colectivo- a a los habitantes e instituciones del presente del futuro del planeta y de sus habitantes. Esto que puede aparecer como obvio, puesto que la preocupación de los padres por el futuro de sus hijos ha sido una de las motivaciones esenciales de la existencia humana desde los albores de la vida colectiva, en nuestra época se plantea como una necesidad vital, puesto que por primera vez en el curso de la historia de la humanidad los impactos del modo de producción y consumo y del modo de vida dominante ponen en peligro no sólo a la especie humana sino al planeta mismo. Éste es quizás el rasgo singular históricamente específico de las sociedades contemporáneas, en particular de la segunda mitad del siglo XX y de la primera mitad del siglo XXI puesto que nunca antes -a pesar de la expansión de los imperios, de las guerras, las dominaciones y las catástrofes naturales que han existido en todas las épocas- el planeta en su conjunto se había hallado en peligro hasta el punto en que lo está en nuestra época.
Esta potente visión del presente, y sobre todo del futuro, que la noción de desarrollo sustentable conllevaba fue diluyéndose progresivamente, debilitándose, porque detrás de la noción de desarrollo se encerraba la de crecimiento de la producción, del consumo y de la riqueza, que en la medida en que siguió siendo impulsada por el capitalismo fue acrecentando las desigualdades sociales, económicas y el deterioro de la naturaleza. Esta evidencia cada vez más clara develó el carácter contradictorio de la noción de desarrollo sustentable, puesto que se trata del desarrollo del capitalismo, el cual no ha sido, no es, ni será compatible con la sustentabilidad del planeta. Por el contrario, hoy queda claro que la mundialización, cuyo motor es el capitalismo extendido a todos los rincones del mundo, está provocando daños irremediables a la vida humana y a sustentabilidad del planeta.
Por cierto, las generaciones presentes no quieren cargar con el peso de ser aquéllas que no fueron capaces de hacer frente a estos desafíos y siempre se piensa y se dice que aún hay tiempo, que el Titanic no ha golpeado todavía contra el iceberg…Pero la evidencia empírica y la constatación científica ilustran claramente que la vida y el planeta han entrado ya en una fase extremadamente peligrosa y en algunos casos, irreparable. En este contexto, la noción de sociedad sustentable aparece como una búsqueda de proyectarse nuevamente hacia el futuro, pero esta vez implicando al conjunto de la sociedad. No se trata en este caso de un pretendido desarrollo económico o tecnológico que aseguraría el sustento de la vida. Se trata en cambio de la sociedad en su conjunto, en todos sus niveles y dimensiones, desde el nivel local hasta la sociedad a nivel global y de la relación entre todos ellos. La noción de sociedad sustentable surge entonces como el concepto de la nueva utopía de los tiempos presentes.
Se trata de un proyecto de sociedad global puesto que para que la sociedad en su conjunto sea sustentable, hay que comprenderla y visualizarla hacia el futuro como un todo. Así, desde el punto de vista económico, para que la sociedad sea sustentable, la economía debe tender a la igualdad y a la solidaridad, el crecimiento debe ser armónico y condicionado por esos principios. Un crecimiento que provoca desigualdad y resentimiento no debe ser fomentado. Más aún, debe ser rechazado como modo de producción y como modelo de consumo, como modo de relación entre la gente. Para que una sociedad sea sustentable, el sistema político debe permitir la participación de todos y, más que una mera participación, es el conjunto de los ciudadanos -desde la infancia hasta la vejez- quienes se hacen cargo de la gestión de la vida social y política. Es por ello que para que una sociedad sea sustentable la educación, la salud y la vivienda deben permitir una vida enriquecedora. Para que una sociedad sea sustentable la relación con la naturaleza, con el agua, con las fuentes energéticas debe ser una relación de cuidado y de transformación fecunda.
Para que una sociedad sea sustentable necesariamente tiene que ser pacífica, puesto que la violencia, y en particular la guerra, son los principales agentes que atentan contra la vida. De este modo, el concepto de sociedad sustentable deviene un parámetro esencial de la gobernanza mundial, porque la interdependencia cada vez más intensa entre todas las sociedades del planeta hace que sea el conjunto de las sociedades en todos los niveles (locales, nacionales, regionales, continentales) las que constituyen la sociedad mundial. A esta altura de la historia es la humanidad en su conjunto la que se ha convertido en una sociedad mundial y, para que en ella sobrevivan las generaciones futuras, deberá ser necesariamente una sociedad de tipo sustentable.